Buscando a Evita.

EvitaVyA Nota del año pasado, por el nacimiento de Evita.

7 de mayo, busco “Eva Perón” en  Google y salen casi cuatro millones de resultados. Busco imágenes, y las fotografías se agrupan en un álbum que parece infinito. Pero mi corazón y mi memoria buscan a otra Evita. Mejor dicho, buscan desafiar a la Internet: mi recuerdo versus el recuerdo de la web.

No encontré  explicaciones sobre el color de su voz. Tampoco decía nada de la energía inmanente de un cuadro colgado en el altillo de la casa recién comprada, en 1958. No encontré la marcha de las antorchas en Perito Moreno ni el silencio de la ocho y veinticinco de la tarde. No encontré ese instante de silencio -la radio siempre estaba encendida en la casa de mi viejo-; la mujer que está guardada entre esos millones de resultados, es y no es la  mujer que vive entre mis recuerdos y sensaciones.

Es que la memoria  no es la memoria de Google, la memoria es un milagro de la vida trascendente. Es detallista, es microscópicamente detallista. La memoria es capaz de retener la micromillonésima parte de un instante fugaz y aparecer sin que sea necesario introducir ninguna clave.

Y también, quedarse muda en el fondo del ovillo de neuronas.

Así es de lábil, de inasible, la memoria, se me ocurre; y creo que así es la memoria de los pueblos.

El inconsciente colectivo lo contiene todo; cada uno de nosotros está conectado a ese magma  como estoy conectado hoy, a mi pecé. El ícono, el símbolo, sintetizan la memoria general: cuando uno, o miles, o millones piensan, por ejemplo, Che Guevara lo piensan con la foto de Korda, todo junto.

La Evita que yo busco no está en Internet; la encuentro en este magma, pertenece al inconsciente colectivo, a  mi propio universo.