El año del caballo de madera

caballo
La tía María –esposa del tío Nolasco, hijo de mi abuela Zoila, hermano mayor de mi madre- hacía caballitos de madera montadas las cuatro patas sobre duelas de barril. La duela es cada una de las tablas curvas que forman un barril.
Los barriles, las bordalesas (o pipas) eran una especie de tambor de madera usado para envasar y transportar líquidos, especialmente, vino. Cuando el barril envejecía, se desarmaba, perdía impermeabilidad y entonces se usaban las tablas y los zunchos. Los zunchos eran fajas de metal para mantener firme el armazón del barril. Se podía hacer un buen cuchillo con el zuncho.
Todo esto dicho para explicar el simple efecto de hamaca que tenía el caballito de la tía María y que le daba al niño la sensación de galope, suave, infantil.

Un niño del campo, en esa época –Paso Roballos, 1950- amaba jugar con los caballos aunque fueran de madera. Era el paso previo al verdadero estribo, al verdadero lomo, al calor y al olor del caballo. A la visión elevada del camino ubicado en el centro de ambas orejas, siempre erguidas.
Las ramas de los árboles, acondicionadas por la sabiduría infantil, servían de caballos de palo. Una vez llegué hasta el río y pegué la vuelta montado en uno de ellos. Entre los diferentes colores de las ramas se podían elegir los pelos. Para tener un tordillo se le quitaba la corteza a la rama.
El caballo de la tía María era igual al Caballo de Troya pero en su escala mínima. Solo cabía el corazón de un niño, nada más, como si fuera poco. La diferencia entre el caballito de Cañadón Verde y el que hicieron los griegos estaba en la cubierta. La tía cuereaba los potrillos muertos, secaba y curtía el cuero, y luego lo utilizaba para vestir la armazón de madera con diferentes pelos: zainitos, tordillitos, tobianitos, algún morito –que no abundaba en esa zona- y también doradillitos. Para los ojos, usaba bolitas de vidrio, las de jugar a la bolita.
Y bueno, nada, como se dice ahora. Este Año Chino me hizo acordar de la tía María, de sus lecturas en voz alta antes de dormir; acostados en catres entre fardos de pasto, algunos cueros, recados y muebles de cocina, escuchábamos de escarabajos, gusanos, Misia Pepa, duendes, enanos y princesas. Toda una corte de fantasía que solo ella podía manipular con esa voz maravillosa.
Y además, levantarse al otro día y seguir haciendo caballitos de madera.