El bien y el mal
Lunes, 24 de Junio de 2013
Entre el bien y el mal
Ahí, en ese umbral
Nacen todos los caminos.
(José Omar Ferrada, Facebook)
El bien y el mal juegan al fútbol con arcos móviles en una cancha chingada. El árbitro es un cíclope bizco. (El bien y el mal definen por penal, Divididos). El bien y el mal juegan al truco con los naipes marcados. Mienten los dos:
van callados y tienen, reviran y no tienen. Al pase inglés, juegan con dados cargados: según quien tire sale el siete o el once, o barraca. A veces dejan que el tipo juegue a la suerte con una taba culera, como denuncia Martin Fierro. (Lucifer, al fin y al cabo, era un ángel).
El bien es el filo de la navaja y el mal la inmensidad que rodea a la navaja; y a su vez el mal, la esencia del mal, es un desfiladero estrecho rodeado por la llanuras del bien. Tienen dos caras idénticas, como Jano el dios de los finales y los principios. Ninguna de las dos ríe.
"Es el lado oscuro de la fuerza" dicen (al unísono, señalándose) el bien y el mal. Cada uno tiene sus gladiadores, sus guerreros, sus chamanes, su cosmogonía. Cada uno se cree El Elegido. Cuando analizan los resultados de su acción sobre los hombres se adjudican, cada uno, el éxito; y festejan. Han dejado, a propósito, para burlarse, que Santo Tomás, San Agustín y todos los filósofos escriban sobre ellos. Que se discuta, que se teorice, que el hombre tenga dentro suyo un calidoscopio que a cada vuelta le muestra una figura distinta. Le permiten elegir para que yerre; libre albedrío para meter la pata (o no).
El bien y el mal eran dos granos del granero del Señor. En el caos de la Creación se mezclaron de tal manera que al fin los tuvieron que poner en los mismos sacos. O, el bien y el mal estaban en dos sacos iguales cada uno con millones de granos de bien y de mal. Un día se rompieron los sacos y se mezclaron todos los granos. Esto es pura teoría. No sé quién me susurra estas frases, si él o él. No me dejan recordar si es que las leí alguna vez, si pertenecen a otro como Ferrada, Divididos o Fierro.
Esto que voy a escribir ahora puede servir para comprender la ambigüedad, la imposibilidad de ser uno sin ser el otro. Se trata de un koan . Es un problema que presenta el maestro zen a sus discípulos.
Si cae un árbol gigantesco en el medio del bosque, y nadie lo escucha, ¿hace ruido?