Patagonia en Patagones. 2006. La historia. Disertación de Pedro Navarro Floria.
H.R.G. Ossés: Organicé esta conferencia junto con Ángel Hechenleitner para la Dirección de Cultura de Carmen de Patagones. Veremos las disertaciones de Susana Bandieri y Pedro Navarro Floria.
Pedro Navarro Floria:
Quiero, siendo reiterativo quizás, agradecer de todos modos: al Municipio de Carmen de Patagones, a Rosa Spampinato, a Gato Osses que fue tan insistente y tan cuidadoso en la organización de todo esto. Además El Gato nos tendió una trampa muy eficaz a los expositores, que fue proponernos a todos hablar del mismo tema. Entonces, esto nos obliga a profundizar y a dar vueltas de tuerca permanentemente sobre lo mismo y realmente resulta muy interesante. Yo quería suscribir prácticamente todo lo que dijeron mis colegas, me parecieron realmente exposiciones e ideas muy interesantes y muy acertadas todas, y retomar, sobre todo a partir de lo que se dijo ayer, la idea y la realidad de la frontera para después tratar de vincularla un poco más directamente con el presente y con las preguntas que nos hacemos hoy sobre la Patagonia.
La frontera, como muy bien se definió ayer, no era una línea que separaba dos mundos diferentes sino una verdadera área de contactos, una experiencia histórica, una situación singular en el espacio y en el tiempo. Constituyó todo un mundo con características muy especiales, que yo las resumiría en tres aspectos o tres puntos básicos. En primer lugar, todos los historiadores que de alguna manera recorremos ese mundo, nos internamos en ese mundo fronterizo, en los relatos de los viajeros, en las fuentes históricas, en la documentación de esa época, en el funcionamiento de ese mundo fronterizo sobre todo del siglo XIX (también del siglo XVIII pero sobre todo del siglo XIX), lo que encontramos, en primer lugar, es una serie de tipos humanos, fronterizos, mestizos, que no habían existido prácticamente hasta ese momento en la historia de América, y que casi podríamos decir que no existieron más después. Estos tipos humanos fronterizos son por definición mestizos, híbridos culturalmente, mestizos incluso biológicamente, mestizos desde todo punto de vista, hablaban diferentes lenguas. Personajes que iban y venían permanentemente del mundo hispanocriollo al mundo indígena y que se sentían muy cómodos ahí en el medio. Muchas veces estaban, desde el punto de vista del mundo hispanocriollo, al margen de la ley y eran perseguidos o eran fugitivos o refugiados políticos. Por ejemplo, en la época de los enfrenamientos entre Unitarios y Federales hubo unitarios que se refugiaron en las tolderías de la Pampa y en los momentos en los que los unitarios alcanzaron el poder en algunas provincias del interior por ahí eran federales los que se iban a los toldos. Había gente al margen de la ley, hay historias interesantísimas. Uno de los libros más interesantes de la literatura argentina del siglo XIX es Una excursión a los indios ranqueles de Lucio V. Mansilla. Mansilla relata muchas de estas historias, es un libro excelentemente bien escrito y que contiene algunas historias dentro de la historia. Hay un par de historias de gauchos que, como se decía en esa época, se habían “desgraciado”, que habían tenido algún conflicto con la ley, que habían acuchillado a alguien, habían tenido una historia amorosa en algún pueblo de la frontera, como San José del Morro, Río Cuarto, la misma ciudad de San Luis y habían tenido que ir a refugiarse en las tolderías. Tenían esa doble vida, esa vida de ida y vuelta y a esas tolderías ranqueles de la Pampa llegaba el correo que venía cada tanto vía San José del Morro, que es un pueblito que está en el límite entre San Luis y Córdoba.
De estos tipos fronterizos también eran los militares de frontera. Ayer Susana Bandieri mencionaba el caso de Francisco de Viedma, muy bien caracterizado por un libro de Lidia Nacuzzi que habla de estos funcionarios como de “caciques blancos”. Francisco de Viedma era uno de ellos, Francisco Amigorena en la frontera de Mendoza también, el mismo Lucio Mansilla. Es decir, funcionarios del estado colonial español o del estado argentino después, o en el caso de Chile también, por ejemplo, Ambrosio O´Higgins (el padre de Bernardo O’Higgins), que eran funcionarios del sistema estatal blanco, hispanocriollo, pero que se comportaban como caciques en la frontera. Tenían esa red de relaciones interpersonales basadas en la confianza mutua, en el intercambio de determinados bienes, vinculaciones que no eran institucionales, que no eran las que reconocía el estilo occidental de hacer política, sino que era el estilo político de la toldería. Esta mañana hablábamos con Ángel Hechenleiter de los ponchos pampas, de la cuestión de los ponchos, lo que significaba el poncho del cacique. En el libro de Mansilla hay un momento muy interesante: cuando Mansilla se encuentra con Mariano Rosas, el cacique principal de los ranqueles (que se llamaba Mariano Rosas porque era el ahijado de Juan Manuel de Rosas) y le regala una capa roja que tenía él del ejército francés, una cosa muy elegante, y entonces Mariano Rosas le da a Mansilla su poncho tejido por su esposa principal, diciéndole que con él podría andar por la Pampa sin correr peligro. Ese poncho era una prenda de compromiso similar al anillo de alianza matrimonial, pero era un pasaporte también. Este tipo de relaciones, de compadrazgo, de confianza mutua basada en el intercambio de bienes, en la reciprocidad fundamentalmente, eran relaciones al mismo tiempo sociales y personales, pero también eran relaciones políticas importantísimas. Entonces, los militares de la frontera también se mueven en ese doble estándar de relaciones políticas. Este tipo de relaciones tejen todo una red que conforma el mundo social de la frontera.
Hay un viajero muy interesante que es Guillermo Cox. En el año 1862, aunque en realidad él venía haciendo intentos desde unos años antes, desde las colonias alemanas del sur de Chile, este Guillermo Cox, que era hijo de un médico inglés que había venido en la época de las invasiones ingleses y que había terminado en Chile, también médico pero fundamentalmente un apasionado de la exploración, intenta cruzar del sur de Chile para este lado al Nahuel Huapi. La idea de él era navegar desde el Nahuel Huapi, el Limay y el río Negro hasta Patagones para establecer una vinculación fluvial con esta zona, traer a algunos de esos colonos alemanes al valle del río Negro y colonizar el valle del Limay y el Negro con gente del sur de Chile. Cox fracasa en su navegación: arma una balsa, navega todo el Nahuel Huapi, hace un relevamiento que es interesante para la época porque redescubre de alguna manera el Nahuel Huapi desde el lado chileno, que había sido transitado por los misioneros en la época colonial y por otros exploradores. Se mete por el Limay y al poco, en lo que es el Valle Encantado, naufraga y termina con todos sus bienes en el agua. Es rescatado por los pehuenches del sur de Neuquén y es llevado a las tolderías, pasa un tiempo ahí entre prisionero y visitante hasta que, en definitiva, esta gente decide que lo mejor es mandarlo de vuelta a Chile o que no haga este recorrido hasta Patagones porque de alguna manera éste era el circuito que manejaban ellos y no iban a admitir competencia con tanta facilidad. Cox hace dos viajes porque vuelve a Valdivia y en el mismo verano vuelve a cruzar la cordillera porque había dejado de este lado a algunos compañeros paisanos como rehenes en los toldos. Entonces, trae unos cuantos barriles de aguardiente para rescatarlos, entra en la lógica de ese circuito comercial que era el cambio de aguardiente por caballos. Los pehuenches desde el sur de Neuquén es ese momento, lo que hacían era traer caballos del lado de la Pampa y pasarlos para el otro lado, y había fábricas de aguardiente en Valdivia que les vendían aguardiente a ellos y que después se distribuiría por toda la Patagonia y la Pampa. En el libro de Cox, en el relato se estos dos viajes, yo podría decir que no encuentro ningún indio, en el sentido de la idea tradicional, la idea estereotipada que tenemos de los indios “salvajes”, el indio “puro”, absolutamente refractario a la “civilización” del siglo XIX y totalmente diferente del criollo. Ese indio no aparece; lo que aparece es un conjunto enormemente variado de personajes, todos en alguna medida híbridos. Todos hablan por lo menos dos idiomas, o tres en muchos casos; hablan la lengua mapuche, hablan muchos de ellos castellano, y muchos también la lengua tehuelche. Todos están vestidos de diferentes maneras; algunos a la manera tradicional, indígena, muchos de ellos por supuesto ya han incorporado muchísimos usos, costumbres, productos y necesidades del mundo criollo. Todo ellos quieren aguardiente, yerba, azúcar, tabaco, etc. Todos los caciques tienen algún lenguaraz, algún secretario que lee y les escribe cartas. Aparece Yanquetruz vestido como un paisano rico, escoltado por mocetones también vestidos como paisanos ricos, y por un dragón, es decir, un soldado de la guarnición de Carmen de Patagones que estaba establecido como mediador permanente en las tolderías en el sur de Neuquén.
Entonces, ese mundo evidentemente funcionaba en una manera absolutamente híbrida, absolutamente permeable, y se puede definir perfectamente como un corredor, el famoso corredor bioceánico que ahora pensamos en función de los negocios con el Pacífico asiático. Ese corredor bioceánico funcionaba perfectamente en el siglo XIX con Carmen de Patagones en una punta y Valdivia, Osorno, la Isla de Chiloé en la otra. Y por ese corredor circulaba gente, circulaban decisiones políticas, ideas, y por supuesto mercaderías de todo tipo. Este es un ejemplo, lo que nos muestra Cox, lo que muestra George Musters unos poquitos años después cuando viene con un grupo de tehuelches desde el sur de la Patagonia, desde el Estrecho de Magallanes y entra en contacto con la gente del Limay, con éstos mismos que habían conocido a Cox. En la zona del Nahuel Huapi hay una especie de feria de intercambio donde los tehuelches compran textiles mapuches y productos que vienen de Chile y los cambian por sus plumas y sus cueros de guanaco, etc. Después vienen a Carmen de Patagones a cobrar el estipendio que les correspondía como tribus amigas, por el “negocio pacífico”. Esto mismo es lo que ve Mansilla también en el año 1870 en la Pampa, en las tolderías ranqueles. Todo este mundo, entonces, tiene diversos circuitos, diversos corredores y de una u otra manera, en muchos aspectos, este mundo fronterizo -ésta sería otra característica importante- entra en conflicto con el orden del Estado. Es un mundo que va creciendo en importancia, que va creciendo en densidad, seguramente en peso económico, empieza a traer gente, a traer productividad. Empieza a ser, para el Estado nacional en formación, tanto en Argentina como en Chile, una válvula de escape que a mediados del siglo XIX era de alguna manera el territorio donde iban a refugiarse los unitarios que se escapaban de los federales, los federales que se escapaban de los unitarios, pero después simplemente un refugio de delincuentes, de personajes alternativos, de mercachifles, realmente una válvula de escape del orden estatal. En la medida en que ese orden va siendo cada vez más estricto, cada vez más ordenado, paradójicamente, esa válvula va siendo algo cada vez más peligroso. Tan peligroso y tan alternativo que la única solución que el orden estatal encuentra para desarticular ese mundo fronterizo es la conquista violenta.
Durante todo esa época Carmen de Patagones, la comarca Patagones-Viedma, el valle inferior del Río Negro, también es una de las cabeceras de ese corredor bioceánico pero también se va construyendo como un espacio de experiencia, de convivencia interétnica en donde hay presencia permanente indígena y blanca. No se explica que Carmen de Patagones haya subsistido si los mismos señores indígenas de la región no lo sostenían. Hay establecimientos rurales importantes, hay repartimiento de tierras para algunas comunidades indígenas como la de Linares, la de Chingoleo, los parientes de Yanquetruz, etc.
De alguna manera esta experiencia de frontera un poco sui generis o de desarrollo fronterizo que logra la comarca de Patagones, se hace una cosa tan singular que la conquista viene a desarticular todo esto. Entonces, la mirada sobre el mundo fronterizo y la creciente comprensión que tenemos del funcionamiento de ese mundo fronterizo nos hace cambiar un poco las visiones de algunos hechos históricos.
La conquista de la Patagonia, del mal llamado “desierto”, no viene a ser un paso adelante para los logros de la “civilización”, sino que podríamos llegar a decir que Patagones es una víctima de la conquista. Hay documentación muy concreta que habla de los conflictos relacionados con la tenencia de la tierra. Uno de los grandes problemas que se plantean en esta comarca después de la conquista, después de 1879, es la propiedad de la tierra. En función de las leyes con las que se había financiado la campaña se empieza a repartir tierra, a hacer concesiones de tierra y, entre otras cosas, a conceder las tierras del valle inferior del Río Negro que ya tenían dueños. Esos dueños se encuentran con que hay una doble asignación de esas tierras y empiezan a reclamar por los títulos anteriores a la conquista, muchos de ellos -los llamados “indios amigos” de las agrupaciones de indígenas que incluso habían servido en el ejército- eran baquianos del ejército. Entonces se produce todo un conflicto con la cuestión de los propietarios anteriores a la conquista que reclaman sus títulos, en algunos casos son escuchados y en muchos otros casos no son escuchados y directamente pierden sus tierras. Esa experiencia incipiente de desarrollo del valle inferior del Río Negro, lo que se había logrado trabajosamente a lo largo del siglo XIX, la conquista viene a quebrarlo. La conquista hace abortar esa experiencia. Ahí es donde nos metemos en un terreno que, para los historiadores, es muy complicado porque es el terreno del “¿qué hubiera pasado si…?” No sabemos qué hubiera pasado si, en vez de la conquista militar, violenta, la Patagonia se hubiera incorporado a la Argentina de otra manera, pero lo interesante es ver que, a lo largo de todo este proceso, nunca el discurso fue uno solo.
Es decir, las representaciones que recién mencionaba Susana que se fueron dando a lo largo del tiempo, las formas en que la Patagonia fue vista, fue adjetivada a lo largo del tiempo, son todas muy ciertas pero siempre hubo visiones alternativas. En 1783, el virrey Vértiz, con el acuerdo de la Corona, manda despoblar las fundaciones en la costa excepto Carmen de Patagones. Hay alguien que le contesta que es Francisco de Viedma, que escribe un largo y extraordinariamente interesante alegato a favor de la ocupación de la Patagonia. El dice que, a pesar de lo costoso que puede significar, hay que sostener las fundaciones de la Patagonia, que en el río Santa Cruz logró la amistad de los tehuelches, de los señores locales, y si las autoridades le dieran más tiempo está seguro de que con la ayuda de ellos podrían explorar el interior del río Santa Cruz, llegar hasta sus fuentes y establecer colonización. Las autoridades no le dieron más tiempo y Francisco de Viedma terminó siendo funcionario en el Alto Perú. Cuando se empieza la política sistemática de conquista de la Pampa y la Patagonia y de despoblamiento -porque la política de la conquista es en primer lugar un despoblamiento, un corrimiento de población-, hay masacre, hay guerra por supuesto también, se produce un verdadero genocidio sobre las naciones indígenas. Hay voces en contra, no todo el mundo estaba a favor de eso que se estaba haciendo, Emile Daireaux, por ejemplo, que es un francés que observa todo este proceso y, podríamos decir, uno de los primeros sociólogos argentinos, que empieza a escribir sobre la sociedad argentina como objeto de estudio en la década de 1870, dice que el gran error de la política con la Patagonia es, en primer lugar, haberla despoblado. Vuelve a escribir algo similar en la década del Ochenta, después de las campañas: lo que había que revertir era ese error inicial, ese pecado original en la política hacia la Patagonia que fue el despoblamiento, y estoy seguro de que Daireaux tenía muy a la vista el caso de la comarca de Carmen de Patagones. En definitiva hay toda una serie de ideas alternativas, de miradas laterales sobre la realidad de esta región que permanentemente van planteando y van mostrando ese contraste entre un mundo fronterizo, un mundo híbrido, culturalmente mestizo que se presenta como un mundo alternativo o un conjunto de mundos alternativos, y lo que va a ser la Patagonia después de la conquista, que intenta ser mostrado como un territorio absolutamente incorporado al cuerpo de la nación, asimilado, homogenizado, conquistado pero que, en realidad, persiste profundamente fragmentado.
En mi libro Historia de la Patagonia uso la imagen de la Patagonia como un archipiélago. Así, eran distintas fronteras, distintas áreas de contacto, vinculadas entre si pero también diferentes. Después de la conquista, la Patagonia sigue siendo de alguna manera un archipiélago, y nosotros vivimos en una Patagonia que es un archipiélago en donde, como se decía recién, tenemos conciencia de tener cosas en común, hay elementos para establecer una identidad común pero donde también nos cuesta bastante reconocernos como habitantes de un mismo mundo, de un mismo territorio, donde hay diferencias, matices, mucha distancia, sigue habiendo muchos vacíos entre nosotros. Y, de alguna manera, creo que una de las representaciones o de las ideas que ha servido para ocultar la realidad profunda de la región, la realidad histórica de la región, ha sido la idea de progreso. Los historiadores somos, por un lado, los que organizamos la memoria, o pretendemos organizar la memoria de la sociedad pero también lo hacemos, en buena medida, organizando el olvido. Decidimos lo que se debe recordar y lo que se debe olvidar. Entonces la idea de progreso, que es tan característica de la época de la conquista, de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, es una idea fuertemente organizadora de lo que se debe recordar y de lo que se debe olvidar sobre la región. Es una idea que opera como un telón que oculta toda la historia anterior. Hasta no hace mucho tiempo en las historias oficiales, en la historia de la Académica Nacional de la Historia, la historia de los manuales escolares, etc., la historia de la Patagonia comenzaba en 1880, de Roca para acá; antes no había historia. Había arqueología, había un mundo indígena poco conocido y fundamentalmente deshistorizado e inmovilizado. En el tema de la historia indígena y la historia de la frontera hemos avanzado mucho, sobre todo en los últimos años. Quizás esa idea de progreso, además de ocultar la historicidad de la región, también propone una representación demasiado fuerte, demasiado pesada acerca del futuro.
Abundando en lo que planteaba Susana Torres recién, es muy impresionante leer en la literatura de fines del siglo XIX y de principios del siglo XX lo que se decía en esa época, lo que decían funcionarios, gobernantes, observadores estatales o no estatales acerca del futuro de la región. Me estoy acordando, por ejemplo, del libro La Australia argentina de Roberto J. Payró del año 1898. Payró es el primero, digamos, que como periodista profesional recorre la Patagonia e intenta escribir una crónica de la región para el público porteño. Lo publica en forma de folletín el diario La Nación y después sale como libro con un prólogo de Bartolomé Mitre. Mitre le dice que con esa obra él ha incorporado la Patagonia oficialmente a la literatura nacional. Payró, que era un hombre del socialismo pero que compartía ese pensamiento positivista y progresista de la época, como la inmensa mayoría de los socialistas de su tiempo, habla de la Patagonia como el lugar de un experimento racial, por ejemplo. Un lugar en donde se está haciendo la experiencia de la creación de una raza nueva, que va a ser la raza que va a renovar a toda la Argentina, esa raza que toma la herencia de lo que queda de las naciones indígenas y algunos criollos, y fundamentalmente la inmigración extranjera, y sobre todo los ingleses, que a él le encantaban. Estaba encantado con los galeses de Chubut y con los inmigrantes británicos en general. Ese iba a ser el laboratorio de la creación de una nueva raza que iba a ser el futuro de la nación, etc.
Estos discursos acerca del futuro son tremendos, son pesadísimos, generan todo un imaginario tremendamente fuerte que todavía persiste. Entonces, ¿qué pasa con la Patagonia y con la historia de la Patagonia? Es como alguien dijo de la Argentina en general, no me acuerdo quién: que la Argentina siempre va a ser el país del futuro – la Patagonia siempre va a ser la región del futuro en la Argentina. Pero el problema de que siempre sea la región del futuro es que nunca es la región del presente. Es decir, nunca terminamos de pensar a la Patagonia como una región que tiene historia, que tiene una realidad social con conflictos reales, con problemas reales y que requiere soluciones reales. Entonces, como decía el señor que hacía la pregunta hace un rato, nunca terminamos de pensar en proyectos en serio para la Patagonia.
Yo creo que este espacio nos abre una oportunidad muy interesante de empezar a hablar de la historia de la Patagonia como de la historia de un país real, no de un país de fantasía, no de un país donde hay dinosaurios sino donde hay gente, a pesar de que el marketing turístico efectivamente sigue diciendo otra cosa. Cuando Susana Bandieri hablaba del tema turístico yo pensaba en un ejercicio muy simple. Observemos en la imágenes que se utilizan para la propaganda turística cuántas personas aparecen: si ustedes encuentran media docena de personas en alguna publicidad turística sobre la Patagonia les doy un premio. No hay nadie, no hay personas: hay paisajes vacíos siempre y esto es deliberado; siempre se buscan fotos donde no aparezcan personas porque lo que se vende es la soledad. Para el habitante de las ciudades, para la gente del primer mundo, donde hay un hartazgo de la convivencia con el otro, lo que se busca y lo que se vende es la soledad y la experiencia no mediada de la naturaleza. Pero, lo que tenemos que decir fundamentalmente los que vivimos acá es que este no es un espacio vacío, ya ha dejado de ser un desierto, este es un lugar en donde vive gente y en donde tenemos que buscar soluciones reales para la gente real que vive aquí.
Venimos insistiendo mucho en la idea de valorizar a los que vivimos aquí, valorizarnos a nosotros mismos y que, de alguna manera, podamos sacar del medio la idea de que la Patagonia es un desierto. Me parece muy central esa línea de pensamiento. Cuando yo hablaba de la experiencia de la frontera, ese mundo de frontera, ese mundo mestizo que fue de alguna manera desarticulado, quebrado por la catástrofe que fue la conquista, de ninguna manera quise decir que la gente hubiera desaparecido sino todo lo contrario. Creo que el desafío para pensar el presente es volver a pensarnos precisamente como mundo fronterizo y como mundo mestizo. La Patagonia sigue siendo eso. Los tipos fronterizos del siglo XXI somos nosotros. Ese mundo que, de alguna manera, planteaba alternativas y desafíos al orden en construcción y al orden dominante y vigente somos nosotros hoy. Por eso, y retomo algo de una pregunta que se hizo hoy, una observación sobre la Patagonia como botín de guerra. Hay una periodista del diario Río Negro, Susana Yappert, que escribe muy buenas cosas de historia y que tiene un trabajito muy interesante que dice: cada vez que en la Argentina hay una crisis que nos pone en una situación límite (los argentinos somos bastante aficionados a ese tipo de crisis; a lo largo del siglo XX hemos tenido varias), cada vez que pasa algo de eso una de las cosas que aparece inmediatamente es la hipótesis de que perdemos la Patagonia. En los años ’30 con el tema del ascenso del nazismo y de la crisis de la democracia, entonces los nazis venían a la Patagonia. Después la hipótesis de que Israel tenía un plan sobre colonización y hasta ocupación de la Patagonia. Esas cosas aparecen recurrentemente. En realidad esas hipótesis conspirativas, más allá de los elementos que puedan tener de cierto o no -y creo que tienen bastante poco- nos dicen más acerca de lo que nosotros mismos pensamos sobre la Patagonia que acerca de lo que piensan los demás. Lo que nos dice es que todavía no nos hemos hecho cargo de pensar a la Patagonia como un mundo real, como un mundo habitado, por lo tanto no tiene por qué venir gente a ocuparlo sino que está habitado por nosotros, y que nosotros que somos los que lo habitamos tenemos que hacernos cargo de la diversidad y de todos los problemas que tenemos en definitiva.
Así que gracias por el encuentro. Como hoy decíamos en el almuerzo, en algún momento, el milagro en la Patagonia es encontrarse, porque estamos todos lejos. Así que esto realmente ha sido muy lindo, y ojalá que se repita.