Pimienta de Cayena.
#PENSAGE
Un proyecto de Aldo Enrici y Mariela González
Te invitamos a recorrer los paisajes propuestos, la investigación realizada y el recorrido que realizan diferentes autores a través de ellos.
https://bit.ly/2EbbAGi
Paisaje temporal.
Nos pesan las distancias que se huelen al ocurrir de los momentos.
Pimienta de Cayena
Escribo esto hoy, cuando la Pimienta de Cayena explota en mi cabeza como un racimo de fuegos artificiales; cuando los objetos que me rodean me resultan familiares, íntimos: aquí están las guitarras, los libros, la lata con lapiceras, la radio, y esa pintura que estuvo al principio de todo después de tocar fondo con el tacto y el olfato.
La textura de la piel de la manzana verde era uno de los pocos recuerdos agradables que me quedaba de los tiempos en que había tenido sensibilidad en las manos. Tocaba vasijas de barro, loza, cristal, metales, arpillera, azúcar y arena con los ojos abiertos y con los ojos cerrados. No sentía nada. Lo que estaba mirando no tenía relación con lo que tocaba.
Cuando perdí el olfato me di cuenta de que aquellos olores que había amado ya no existirían para mí: la manzana verde, la mañana de allá, el caballo, la lavandería, los bebés, el pan, las hojas secas, la flor de mata negra.
Luego de trajinar por una ‘estepa’ sin lisura ni rugosidad, sin olor, ni tibio ni húmedo, ni aromas que estimulen la memoria. Andando solo con los sonidos y con las muletas de la vista, no es extraño que sea la pimienta (no sé nada de especias) pero algo me dice que la pimienta más noble, más esencial, es la pimienta de Cayena.
Al cabo de una larga marcha llegué por fin al río. Hice un cuenco con la mano y bebí. Entonces la tierra recuperó su forma y me fueron reintegrados los sentidos. Y volví a estar en la superficie, en el reverso, en las profundidades, en el fondo más fondo y en lo alto, en cada poro y en cada molécula, en lo mínimo y en lo máximo.
Y ahora estoy aquí, cerca de las grandes barracas abandonadas, cerca de los depósitos descomunales, interminables, junto a una estación de trenes, cerca de los molinos de agua, de estibas de madera. Cerca de una inactividad sensata porque, si los trenes cargueros partiesen ahora, se irían destruyendo a sí mismos a medida que transitasen los rieles desvencijados; los vagones tienen, ya, más óxido que metal, más carcoma que madera.
Los galpones guardan años y años de cosechas de lana sin vender, y el aroma aceitoso de la lanolina mezclada con fluido Cooper se expande hasta aquí junto con el olor ácido de la arpillera.
Oyendo música frente a la ventana, a la vista del árbol repleto de naranjas amargas, del cielo sin nubes, me da vuelta la idea y el aroma de la pimienta; me dispara desde el fondo de mi historia una flecha con aroma de caballo, de galpón, de caballeriza. Pan tostado. Horno de barro. Me miro las manos y son las mismas con que trepaba las estibas de fardos de lana en la plaza de la estación. Aspereza de arpillera. Trama abierta y gruesa. Pimienta de Cayena.
Nota: Agradezco la invitación que me hiciera el Museo Minniceli para participar en esta experiencia de diálogo entre artes.