Maria, la mujer india.

El Capitán Fitz Roy llegó hasta Bahía Gregorio. Grandes humaredas se levantaban hacia el Oeste. La tierra estaba cubierta de rastros, de pisadas de hombres, de caballos y de otros animales. En el suelo había una osamenta de guanaco.

En esa especie de limbo argentino-chileno, que estaba dejando de ser español mientras era observado atentamente por los ingleses; en ese territorio —desconocido por Buenos Aires— ubicado entre el Río Negro y el Estrecho de Magallanes, en los primeros años del siglo XIX, una mujer fue Cacica General de una comunidad donde la jefatura —según se sabe— siempre fue masculina.
Fue Reina y Grande en una geografía de la cual sólo se conocía la orilla; el croquis a mano alzada de la orilla. Iba a pasar mucho tiempo antes de que los mapas se amoldaran a lo verdadero.
La noticia escrita sobre María se encuentra en la narrativa de Fitz Roy sobre los viajes de la Adventure y la Beagle entre los años 1826 a 1836. Una gran potencia ponía la lupa sobre el extremo sur y aparecía la gente, el detalle de la hierba y de los animales, junto con los cabos, islas, canales y ensenadas.
En una visita al paradero de los tehuelche en Bahía Gregorio, Fitz Roy se encontró con María. Le pareció una mujer de unos cuarenta años. Anotó que hablaba bien el español, que tenía aros de metal con la imagen de la Virgen María y su manta de guanaco estaba sujeta con un prendedor de bronce que le había regalado el capitán Low, predicador y marino norteamericano.
Con ella intercambió carne de guanaco y avestruz por alcohol, tabaco, adornos y utensilios de diversos tipos. María le regaló una piedra bezoar, que se encuentra en el estómago de los guanacos y le recomendó que la utilice para conjurar la melancolía. Le pasó una receta de sopa de guanaco con apio silvestre que al Comandante le pareció deliciosa.
En una oportunidad, en 1827, Fitz Roy dejó en sus manos una carta para el Capitán Stokes, que fue recibida sin novedad por el piloto.
Anotó que los indios llamaban “carro grande” a los barcos y “carro chico” a los botes. Asistió a una solemne ceremonia —con unción y sangrado de miembros— realizada por María alrededor de un Cristo que tenía envuelto en un paño. Según parece no era una réplica exacta del Cristo que adoran los cristianos.
—¡Mucho quiere mi Cristo tabaco!— repetía, alzando la imagen.
Fitz Roy, ese día, hizo traer tabaco desde la nave. Era, ni más ni menos, mantener buenas relaciones con un proveedor estratégico de alimentos frescos.
Vernet —empresario franco-alemán relacionado con el gobierno argentino— se encontró con ella en 1824 en bahía San José, hoy Chubut. En esa oportunidad María llegó acompañada de más de mil indios procedentes de Santa Cruz y Deseado para reclamarle que detenga la captura de ganado cimarrón.
Alegó que ese ganado pertenecía a los tehuelche, pues estaba en territorio propio. Vernet y María se entendieron bien sobre ese asunto y quedaron amigos.

En 1823, cazando focas entre hielos y tempestades, James Weddell navegó el Mar Glacial con dos navíos hasta la latitud 74°. Nadie había llegado antes hasta allí. Una porción del océano antártico se llama hoy Mar de Weddell.
El Capitán de uno de los veleros era el marino escocés Matthew Brisbane, que luego de la expedición se quedaría en la Patagonia, como colaborador de Vernet.
María tuvo relaciones comerciales y de amistad con Brisbane. Así fue que visitó Malvinas cuando Vernet fue designado Comandante por el Gobierno de Martín Rodríguez (1820-1824). Allí nació la idea de establecer una colonia en Bahía Gregorio, pero el fin del dominio argentino sobre las Islas canceló todo el proyecto. Treinta años mas tarde lo intentarían Piedra Buena y Casimiro, pero también sin suerte.
Santos Centurión, un peón designado por el escocés para domar caballos con destino a las Malvinas, se quedó al fin a vivir con los tehuelche, sin cumplir con su tarea. Sin embargo, a pesar del reclamo de parte de los responsables de Malvinas, Centurión no fue castigado. El territorio tehuelche aceptaba refugiados. Ninguno podía ser reclamado una vez que María le otorgaba el asilo.
En una novela reciente sobre la vida de la Cacica, el jinete Centurión está enamorado de María. Tal vez ese amor habrá sido la verdadera causa de su deserción.
Brisbane —esta vez al servicio de Inglaterra— murió en Malvinas en 1833 cuando el entrerriano Rivero se rebeló junto a sus indios charrúas; mató a los delegados ingleses, e izó nuevamente la bandera argentina.
María murió en 1840.
Santos Centurión condujo entonces una especie de transición entre María y Casimiro. En 1844, acompañado del joven Casimiro Biguá, firma un tratado de amistad y de comercio en Fuerte Bulnes, en representación de los tehuelche del Sur.
No hubo después otra Cacica, otra Reina, otra Grande. Dicen que durante tres días y tres noches se encendieron fogatas en señal de duelo a lo largo y lo ancho del territorio.