La gota en el oído.

En una escena clave, en medio de la noche en la explanada del castillo de Elsinore, el fantasma de su padre se le aparece a Hamlet y le dice que fue asesinado mientras dormía; que su propio hermano (tío de Hamlet) le dejó caer una gota de veneno en el oído.

Veneno en el oído.

La gota, aunque no sea la de la obra de Shakespeare, es un chip programado para instalar la rabia social; millones de partículas inundan las redes permeables del sujeto. La gota tiene esa constancia, ese ritmo regulado, el peso exacto, un sonido, destinado a exasperar, a envenenar, a regar (a fertilizar) los procesos químicos de rechazo, de odio, de frustración.

Podemos discutir con autoridad cosas del fútbol. De fútbol sabemos y es difícil que nos hagan la cabeza. Ojo que lo intentan y que en esta copa que ganamos hubo información tóxica, desde la inexperiencia del entrenador hasta la “compra” por parte de Bolsonaro. El triunfo es el antídoto. Ganar la Copa América en el Maracaná y ante Brasil nos dejó sanos.

Lejos del goteo, coincidimos en el amor por los grandes músicos y artistas, les lloramos en un llanto igualitario. Ingresamos a los vacunatorios como a un recinto sagrado, nos tratan bien, nos sacamos selfies, las subimos a las redes. Son momentos donde hemos estado a salvo de las gotas.

Pero, en otras cosas quedamos a merced del veneno.

Las redes, los memes, los noticieros, las radios tienen las baterías recargadas. Las gotas siguen cayendo en el oído: infectadura, el campo, la fáiser, los “varados”, las córneas que se pudren en el Norte, los vagos, los negros del conurbano, el conurbano, los que no quieren trabajar (como si alguien supiera con certeza cuánto hay que invertir para generar cada puesto de trabajo genuino).  Mencionan “libertad” y “república” como algo diferente a la libertad y a la república. El operativo gota vende a los que se fueron del país y ahora gozan de bienestar vendiendo empanadas, a los que se mudan al Uruguay (Uruguay civilizado vs. caos venezolano). Y no quiero seguir “por no cansaros”.

Los tíos de Hamlet no descansan nunca.